la permanencia en la impermanente vida de los sauces

     

        


Cuando somos chiquitos, necesitamos un refugio. Necesitamos el refugio humano que nos arma el tejido para experimentar, tejido donde llegamos a la vida. Pero hay otros chiquitxs que no tienen tejido de experimentación, o sus tejidos están distorsionados, apenas una telita disponible. Tejidos de choque, de supervivencia.  Tu ser fue concebido en San Blas de los Sauces, un pueblo de la Rioja, aprendiste la vida mucho antes que nosotras, aprendiste a crecer en la naturaleza, ella es la Gran Madre. Rodeada de valles y quebradas, criada entre burros, cabras y caballos, entre hermanos y el calor, aprendiste de la vida desde la vida misma, el temple recto y la mirada honda se empezaban a nutrir entre la tierra seca. El refugio de la naturaleza era duro cuando no había pan para comer y una madre que criaba a tantos hijos.  La vida se apresuraba y Santa Lucía se quería llevar tus ojos. Limpiaste siendo una niña mugre de ricxs y cuidaste a sus hijxs aunque te pesaban los brazos de cargarlxs, no salías de noche porque te daban miedo los pumas que tenían en sus terrenos. Pero, hasta la montaña más elevada, arraigada a la tierra, también se mueve. Como vos, el movimiento te llevó a la gran ciudad, te taparon la voz, conociste por primera vez el humo. Hija menor acompañaste a tu mamá a la gran ciudad, Buenos Aires, Constitución te recibió con el bullicio, el humo y el monte quedaba tan lejos. El movimiento escapaba del hambre, pero en la ciudad encontraste con males desconocidos: los patrones, las fábricas y los ruidos de los coches no tienen comparación. ¿Qué escondían esos ojos que solo podían contener sabiduría azotada por la opresión de una gran ciudad? ¿Cómo se constituye una telita de adolescencia en el dolor del choque vincular? ¿Cómo es el origen se va tejiendo, representandose en los cuerpos de las mujeres? Creándose como un tejido amoroso de puntas, de cada una de las puntas que arma un ser-magx en la vida. señora que nos diste la vida, honrar la vida es honrarte. Primer útero gestante de nuestros seres. Creciste porque es ley en la vida. Te casaste, en esa época todavia no podiamos elegir varixs compañerxs para acompañarnos en diferentes momentos. La sentencia fue para toda la vida y elegiste un hombre con el que construiste una casa, tuviste una hija, de grande pero la elegiste tener. El temple recto y la mirada honda ya la habías aprendido hace rato. La  melancolía, el silencio, el pasar, el dejar estar, la limpieza, la rigidez del ser, el orden, el sostener sin saber. Abuela, papisa, hélida, sabia del silencio, de la sencillez, mujer que esperaba mientras miraba la vida pasar por detrás de la ventana, mujer de soledad inducida, iniciadora de mi biografía lúdica, guardiana de mi vida doméstica y de todas mis siestas después del colegio cómo único lugar de refugio, tu arroz con leche, tus empanadas de papa y cebolla, tu época, las etapas de tu vejez, abuela fuiste la primer persona que odié, con la primera que mi cuerpo sintió incomodidad, a la primer persona que cuidé en la enfermedad, la que me enseñó a criarme en soledad, me enseñaste que detrás del sufrimiento siempre se manifiesta el amor.  Y ahora esos silbidos llegan a mi boca y se clavan en tu pierna, ¿te acordás cuando te mordía mi propia serpiente que hincaba los dientes en una piel muerta que quería que reviva? Ese día cómo lloraste, cómo me castigaron, como gritaste, vos gritabas y yo te miraba con los ojos de la inocencia profunda de una niña, te miraba las manos sosteniéndote la rodilla con un odio a tu silencio represor de historias y de recuerdos que se transforman en compasión de tantas mañanas sin sentido, admiraba tu fortaleza de árbol en el centro de este bosque de cemento, mientras te miraba las manos, me miraste a los ojos y al centro del alma y sentí que todo lo que podía experimentar no tiene sentido cuando estamos descubriéndonos al costado de nuestro propio abismo ni siquiera en el alma de tu encierro traducido en la negligencia de mi corazón, me llamaste a comer y metí todos los rulos debajo de tu falda porque podía, porque ahí estaba mi aprendizaje el caminar debajo tuyo, al lado de tu corazón, en el medio de la vida, lejos de todo. Mi memoria duele, se estanca en tu misterio, en tu sufrimiento silencioso, en tu memoria estancadas, irremovibles, sepultadas en el abismo y gritando por volver a ser contadas. La permanencia entendida como amor y tantas otros conceptos que yo ni siquiera entiendo. Tal vez, entender no es una palabra que te define. Verte envejecer fue transitar un duelo en la tierra, transitar ese movimiento pero a la inversa, de adelante hacia atrás, hacia la memoria donde se confirma tu existencia. Gracias.

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