des(amor)

 


    ¿Te acordás cuando me guiaste a la parada del colectivo la primera vez que me dejaron salir a pasear, con doce años, a una plaza? ¿Te acordás cuando nos íbamos a caminar por el barrio aprendiendo juntos por primera vez como era caminar la calle?  ¿Te acordás de las primeras experiencias lisérgicas o fumando cannabis cuando éramos adolescentes? ¿Te acordas todas las veces que dormimos en tu cama, en la casa de tu mamá, después de mil salidas, mil plazas, mil encuentros? ¿Sabés que la persona más importante en mi vida hace años sos vos? De esas que sabés que cuando te caes, van a estar al lado tuyo para sostenerte, para acompañarte, no sé si sabés, no sé si te acordás, pero yo sí, ahora que miro esta fotografía que nos sacamos el verano pasado cuando viajamos con la Feria del Libro Independiente recorriendo pueblitos de Córdoba, vos con tu remera de Los Sex Pistols y yo con esa sonrisa, abrazándote, doy vuelta la foto entre mis dedos y siento un frío que me hiela los huesos y las articulaciones. ¿Viste esa sensación de vértigo infinito que genera la muerte? Algo similar. ¿Viste esa sensación de dejar morir una parte de uno mismo y abandonarse al vacío de lo que vendrá? Son todas esas sensaciones las que siento, hoy,  pero eco que viene escuchándose hace un tiempo al compartir la almohada con vos. Nuestra vida está llena de intentos, intentamos para sentir que hacemos lo im/posible para probar/nos en la existencia como humanxs curiosos e insistentes que somos. Intentamos el compartir por separado, juntos, al costado, caminando de paso en paso, pisando los talones del otro y, a veces, haciéndolo caer, intentamos encontrando al otro en otros cuerpos, intentamos regalarnos el color de las rutas sanadoras, los tragos amargos del mate; intentamos como quién intenta resbalar en un tobogán para bajar sentado y no lastimarse, porque ya nos pasó antes, que bajamos a las chapas y nos doblamos un pie, o nos golpeamos la cola. Nos dimos la mano en un momento de la vida de mucho desamor y desde nuestros niños condenados a un cuerpo que envejece, nos compartimos en cuerpo/en alma /en mente. Todavía sigo creyendo en que no me arrepiento de esa capa de tejido que constituyó el querernos, ¿cuándo más se puede extender un tejido hasta no desgarrarse? ¿Cuánto más puede aguantar los tironeos un cuerpo sin romperse? “¿Cuándo tiempo màs llevará?” Los intentos son tan vàlidos como el dejar de intentar, el resignarse a perder. Con unos lentes, puede ser considerado como rendirse.  Con otros, permitirse morir. Nos pasó la vida, nos pasó la amistad y el amor, nos pasaron los momentos, nos pasaron viajes, oscuridades, amigxs, personas, nos pasaron pero nosotros nos quedamos. Y acá estoy yo, intentando sobrevivir en tu recuerdo, alimentarme de tu vida, me aferro a estas fotografías como a todos los recuerdos porque ahora esas memorias se borran con el codo, como si fuera una pizarra vacía la que estuvimos escribiendo. Te quiero encontrar en todas las veces que me teletrasportaste con tu sonrisa y esas pecas naranjas que con los años huyen de tu rostro haciendo juego con tu pelo que ya se destiñó, en todas las veces que fuiste un hogar cálido para habitar, en todas las palabras, te quiero encontrar en cada uno de los proyectos que construimos, en las veces que me amaste, en las veces que quisiste que todo esto se terminara, pero luego nos reíamos del delirio y seguíamos juntos, te quiero encontrar en lo que nunca nombraste, en lo que dejaste que se ahogue en tu boca como siempre, vos siempre dejabas que se ahogue algo. Te quiero encontrar en la integridad de nuestro amor pero ya la imagen se empieza a hacer difusa. Y, ahora, en esa imagen que alguna vez contemplé, estás desnudo en la cama, ahora me abrazas, nos hacemos una sola miga de pan de todas las migas de panes que habremos hecho alguna vez en todas las vidas que vivimos hasta ahora, pero, acostados en la cama, solo somos la única miga de pan que conozco, pero hasta ese mágico recuerdo se mancha y aparecés una vez más, enojado, con esa cara que ponés cuando se te transforma, el mentón se te sube, se te pone rígido, la forma de tus cejas se curvan hacia adentro ceñiendose, frunciéndose como nunca, tus ojos se enturbian como la noche que aparece de repente en el otoño y te quiere cazar la melancolía, porque soy testiga de tu transformación, yo la veo, el monstruo que habita en mí se enamora del encuentro con tu Jekyll, porque se quieren cobrar venganza.  Pero mi cuerpo, víctima de todas esas historias subyacentes, se constituye como el único vehículo de las pasiones, y levanta el puño para pegarse en esa hermosa piel que recubre tu cuerpo, piel llena de lunares tan eróticos que pasaría noches enteras besándolos. Pero esa noche de mi recuerdo, no, mi puño, solo recibe instrucciones del monstruo y se choca con tu cuerpo, con odio, con enojo, no con todas sus fuerzas porque el vehículo del amor no sabe de violencia, pero se estampa, como en un incipiente huracán. Tus manos, ahora, se pegan en tus cachetes al grito de: ¿Vos me querés pegar a mí? y te la das a vos mismo en una sinfonía ansiosa donde yo solo quiero perderme, lejos, sin participar, pero mi monstruo se relame ansioso por ver el final, que ya es inminente, ya no hay vuelta atrás de este círculo, nos ha picado la serpiente de la desesperanza, estoy segura, nos convertimos en futuros exs. A veces, el entendimiento venía solo, después, a la tarde, a la hora de los mates y las charlas. Entre las palabras que van y cebadas que vienen: “No sé qué nos pasa”, “te pones muy dura con eso”, “no me apoyas en tal cosa”, “me gustaría que fuera de otra manera”, “a mí también”. Y en ese punto, el entendimiento, nuestro maestro mayor de obra del amor daba lugar a otras transformaciones desde la palabra. La forma de los besos, de los abrazos, del cariño. Siempre tarde o temprano, el entendimiento llegaba. Por eso, me mantuve paciente y expectante estos años. Quiero creer que atrás de todo este ovillo de odio y enredo, alguien tirará del hilo y se desenredará este asunto. Y, digo, asunto porque se disfraza de vicios, rabia, rencor, egos heridos. Pido al entendimiento que te logre tomar de la mano, que te dé un beso en el cachete, de esos que tanto me gusta darte, te sople una palabra al oído y que puedas sentir, un sentir desde el interior. Vos que siempre me hablaste de sentimientos maduros, vos que sos un diamante enterrado, si el entendimiento puede tomar forma, carne, objeto, mente, pensamiento, idea, le pido que baje y nos envuelva, que nos explique el camino, porque ahí, estamos tomados de la mano con una mochila enorme cada uno, paradójicamente, nos veo como viajamos: vos con los libros encima y yo con nuestra ropa. Le pido al entendimiento que baje en forma de nube y nos envuelva, que nos ilumine y nos muestre por donde ir, que sea un lugar en el futuro donde no duela, un lugar donde nos cuidemos sin límites, un lugar sin pretensiones donde todas sean afectaciones libres y alegres, entre nosotros. Un lugar sano cercano al corazón. Y que allí giremos, porque aquí. Ahora. Hoy. Mi corazón se rompe en pedazos. Y quiero entender por qué. Quiero que nos encontremos cuando todo haya pasado, cuando nos hayamos convertido en cualquier cosa que aún no conocemos, ya veo a nuestras fuerzas dándose vuelta como un huracán, venir frente a nosotros y quiero que estemos preparados, que dejemos todo lo que tengamos que hacer, nuestros barcos , nuestras amarras, que nos tiremos al mar, así, en ese momento y que nademos, que nos fundamos en su luz, en todos los peces y las algas, quiero que descubramos que estábamos equivocados y que podemos cambiar lo que nos duele, un lugar donde las parejas dejen de ser como en los  cuentos, porque jamás vivieron felices y comieron perdices. Y nosotros tampoco. Por eso, frente a nuestras cartas, recuerdos y fotografías,
decido rendirme a esta muerte. Me rindo a todo intento, a la antigua, a la arquetípica, como el Ave fénix para renacer de las cenizas. Me rindo a tanta pausa en mi vida. Te convertiste en un ser tan transparente en los tejidos de tu piel, que te miro y me veo, que pasas y tiemblo, porque me mirás y sabes lo que estoy/estamos pensando, porque yo sé que hay mucho más, acá, en nuestro territorio que todo eso que alguna vez llamamos amor y que lo nombramos con un te amo que se desparramaba, inocentemente, al saludarnos o al dormirnos o a hora de la merienda.  ¿Cómo nos vamos a poder mirar a los ojos, otra vez, limpios de todo ese dolor, de todo ese sufrimiento, de toda esa vulnerabilidad que habitamos? Tal vez, dejando de tapar el sol con la mano, tal vez en los mates, en las palabras, nos acerquemos un poquito más hasta pegar nuestras manos y que se acuerden, que algún día andaban juntas para todos lados, viajaban, se enamoraban de otras personas, se divertían, bailaban y hasta se peleaban, pero sólo por jugar juntos.  Nuestras manos, yo sé que ellas, se van a acordar, guardan la memoria de otros tiempos, nos fueron dadas para crear y hoy, vamos a tirar barro sobre nuestras cenizas para modelar otro renacimiento. Mientras, arranco con la boca tu manifiesto a la “deconstrucción” de la pared, me pliego en la cama, sola, como una miguita de pan y nos deseo una feliz muerte.

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