El poder de la palabra Amor



Escribir sobre el amor I 


daga punzante que me atraviesa el cuerpo desde la garganta hacia el abdomen
cada beso
se convierte en un cañaveral de sentimientos
tu cabellera dorada rasurada en línea con tus hombros revelan mucho más
de lo que nombrás
pensamientos sin cesar se golpean locos, indiscriminados por la montaña de tu nombre
abrazo matutino pensante que te volviste en la apariencia del devenir
y esas ganas de llorar constantes
que no se me quitan desde que te fuiste
ojos color café quedaron atrapados en mis paredes
en las paredes de mi corazón
en las de mi casa
en las de mi techo
en las de mi vida
lengua rápida sagaz buscadora de vaya a saber que secreto que escondés detrás de las cuerdas vocales
hombros dispersos
espalda alineada en contraste comparación con la mía
sienes de fuego alimentan tu ser con la mirada de quien puede tener el poder
veo como se abren tus axilas al borde de la cama
desearía que se extienda
que nos extendamos entre estos versos de cartón que hoy te regalo
versos que se escurren en tu panza
y llegan a mi vientre para morir en tu ombligo, o en el mío?
sexo que todavía no se abre como las mariposas cuando nacen
¿Qué pretendes sin tiempo? ¿Qué pretendes sin experiencia?
pretendo
convoco
ajetreo
me lleno de actividad vacía que me saque del tiempo
para entrar en el terreno de esos ojos que me miran cada vez que los miro hacia adentro



Escribir sobre el amor II



La noche me roba las palabras. Nunca están solas, se malogran entre ellas, buscan la forma de escabullirse, de espiarnos, son curiosas, quieren siempre más, nos inventan otros mundos, nos crean otras realidades. Que hubiese pasado si nuestra mente  no tuviese tantas palabras despiadadas y curiosas? Si nuestras palabras no fueran tan entrometidas. Se meten en nuestra vida cotidiana, nos exigen que hagamos cosas que ellas nombrarían después como “experiencias”, danzan en los apuntes de nuestros cuadernos y se hacen llamar “textos”, se roban nuestro tiempo dentro de un contexto grupal donde otras personas también llevan las suyas y quedan enmarcadas como parte de unos “talleres”. Son huidizas, nunca sabemos a ciencia cierta donde es el origen ni cuál de ellas empieza primero a tirar del hilo. Qué hubiese sucedido sino se nos hubiera metido esa palabra en la mente a replantearnos quienes somos? Qué curso hubiese tomado nuestra historia si ellas no nos preguntaran sobre nuestra identidad? Que quieren de nosotros, malditas lascivas. Yo las vi cómo se entrometían en nuestras ropas, entraban -a través de un abrazo- mezcladas entre nombres de astros y planetas. Eran furtivas como nuestras miradas, nuestros acompañamientos nocturnos. Cómo nuestras charlas eternas de madrugadas. Cómo las series que supimos consumir. Cómo los bailes que supimos danzar. Cómo las palabras que nos leímos, siempre con las estrellas sobre nuestras cabezas, dentro de nuestras cabezas. Entre sábanas. Se nos caían las palabras y yo ya no sabía cómo permanecer de pie ante ellas, ante la inmensidad del verbo que te crea. Porque había una palabra que superaba a todas las que liberaba tu boca: “amistad” y la podía descubrir en tus ojos, no los que me miraban fumando un cigarro, hondamente como quien piensa succionando sino la mirada que se te cae por la ventana de tu piso 69 -cerca del pararrayos , lejos de la tierra, el que te mantiene en el aire- y se posa en los locos de la noche, en la marginalidad de una ciudad que explota en cada esquina. Tu mirada que busca recovecos en cada ser, que cree verles la marca del destino, que- finalmente- lo hace. Tu mirada que mira hacia dentro y siembra futuro, porque quien ha visto alguna vez una mirada tan fina como la tuya, entrando por un sentimiento y saliendo por un pensamiento. Un gesto interno era tu mirada por eso, te digo, que la palabra que nombra tu mirada supera a la amistad y se parece al “amor” aunque, tampoco te convenza y lo mires de reojo, porque el amor anda disfrazado, casi todo el tiempo. Y vos, maestre de los disfraces, conoces la máscara de las máscaras, la que se posa bajo tu lengua y se derrama en tus palabras. Tal vez por eso me enamoro cada vez que te miro, por tus palabras que conocen el silencio, por tu fuerza que conoce de vulnerabilidad , por tu amor que -también- conoce de odio. Me enamoro y admiro el propósito de tu ser en esta tierra aunque esté escondido detrás de la palabra “existencia”. 


Escribir sobre el amor III  

Allá afuera, cuando la noche entra en su cerradura nocturna, hay una caudal de estrellas con las que se viste la noche. Por lo general, las luces de la ciudad y nuestras distracciones, las tapan. Allá afuera, un humano alzaba la vista al cielo, juraba que descorría un velo que protegía su mirada, que podía ver más allá, que sus preguntas rasgaban el cielo. Allá fuera, en el exterior del mundo que nos rodea, me da la sensación de verte en ese humano, tal vez, porque fuiste una de las primeras personas cercanas a mí que le interesaban los astros, las constelaciones, los choques estelares. Había alguien orbitando alrededor de mi eje, que observaba con atención el cielo, que le importaba comprenderlo, que sabía que tenía un nombre y una función, que ya antes que él muchos otros humanos habían alzado el cuello y los ojos hacia arriba para interpretar allá arriba, allá afuera lo que no podían conocer por dentro. Vos siempre orbitaste afuera y yo que me perdía siempre en las constelación de tus ojos. En la forma que tenías de mirar, esa forma colocada en un punto en el espacio como perdida pero aterrizada -a la vez-, cómo descubierta pero introspectiva en simultáneo, un juego de lo que se decía y lo que se sospechaba, un juego que planteaba la órbita de tu mirada que no se lo había visto antes a nadie. Tal vez por eso, salí invicta desde la primera vez. Había una estrella dentro mío que se encendía con tu mirada. Después, decidimos constelar en galaxias vecinas, decidimos abrazarnos a los mismos amigxs, a los mismos espacios, darnos la mano para viajar acá cerquita, por algún campo de Buenos Aires o allá a lo lejos, cruzando el charco del Río de la Plata, compartiendo carpas e historias, la luna llena fue testigo de nuestros cuerpos descubriendo el encuentro. Nuestras galaxias observaron pérdidas, llantos, sin sentidos y amores, se perdieron de tanto reírse y se encontraron en miles de abrazos y termos infinitos de mates. Algún día, decidieron viajar al más allá, y tomaron un pasaporte al abismo del alma, donde creíamos que no había luz. Otro día, se contentaron con embriagarse con alguna birra artesanal. Pero lo que más embriaga a esta galaxia son tus besos contra la almohada. Y aunque no nos gusta romantizar, cómo puede dialogar el amor de hermandad con las ganas de besarte hasta verte acabar?  En la galaxia que nos inventamos, el lenguaje nos quedó corto hasta eso tuvimos que suprimir para explicarnos a nosotros mismos lo que es sentir. Si tengo que invocarte, mi ser te recuerda en la más completa desnudez. No sólo la que me mostras cuando te saco la remera para besarte sino la que observo -guardiana de tu constelación más Íntima- cuándo otra vez, te vuelvo a mirar al centro de los ojos. Allí, estás, cómo ayer, cómo hace más de una década haciéndome mejor persona cada día, allí estamos del otro lado del filtro de una máscara de fortaleza, enseñándonos a crecer. Un año más celebramos tu vida. Se celebra que esta galaxia -la tan particular que construimos juntos y la tuya en especial- siga orbitando. Que tu ser se siga encontrando en el espejo. Que tu aliento vital esté cerca de tu pecho/ solo deseo que siempre recuerdes porque estás en la vida, que ojalá puedas ver lo que veo yo cuando te mires el corazón, que nunca permitas que el hielo se confunda con la razón, que la razón te la siga dando el corazón y que la vida te encuentre cantando siempre alguna canción. Te amo infinitamente. Celebro tu existencia hoy y siempre. 


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