delate
Tenía que llegar
a rendir el final de Gramática Histórica al profesorado de Lengua y Literatura
antes de las 18:00hs, pero antes tenía que retirar unas zapatillas que había reservado
por Once y, de paso, pasar por lo de Lucas a devolverme una guita que le había
prestado para la reserva de esas mismas zapatillas. Eran las 17:00hs, y estaba
bajando del tren San Martín, esquivando puesteros, autos y variedad de personas
en la plaza principal, cruzando la calle y llegando al hostel donde vivía su
amigo. Puerta, le había tirado un mensaje al Whatsapp, en línea, ahí bajo. En
menos de cinco minutos, su amigo estaba en la puerta con dos bolsas de basura y
una sonrisa de oreja a oreja. Le encantaba prestar plata y que se la devuelvan,
lo hacía sentirse un poco poderoso ser inversor en los sueños ajeno, algo de
que podía hacerlo y a la vez no tanto, le daba la sensación de estar al
servicio de su red afectiva. Le dio un cálido abrazo y, rápidamente, ella se
dio media vuelta y se fue. Un minuto en volver a cruzar la esquina hacia el
local de zapatillas. Buenas tardes, si, tengo una reserva de unas zapatillas
Nike Force negras talle 37, ¿las tenés? Un minuto más y la vendedora volvía del
depósito con su caja preparada. Pago la diferencia que debía, dio media vuelta
y se fue. 17:30hs está entrando en la estación del Tren San Martín para seguir
su recorrido hasta Palermo cuando un nene le tira de la bolsa de zapatillas que
tenía colgada en el hombro. Señora, le dice, ¿me daría una moneda? Le impactó
escuchar esa voz, había algo de la familiaridad y la ternura que le hacía
sentir afinidad, por eso, paro. Agacho la mirada y ahí lo vió: un niño, de
alrededor de diez años la mirada con los ojos hinchados como huevos, vidriosos,
a punto de explotar, hace mucho tiempo que no se miraba fijo con unos ojos así,
podía verle las venitas reventándose alrededor de las pupilas, la cara ajada,
como si hubiese ya fumado mucho pucho o se hubiera cagado mucho a trompadas, la
ropa sucia, ajada, con marcas de ceniza, desvencijada y con olor, pero estaba
completamente vestido, pero lo que más le llamó la atención fue que en la mano
tenía un pedazo de vidrio roto, partido. Si, te doy, le contestó y se puso a
buscar en la cartera para hacer tiempo alguna moneda que se le haya caído,
mientras lo miraba de reojo, ¿y vos?, ¿cómo te llamas, che? El niño se la quedó
mirando, se notaba que lo había desencajado la pregunta y le vomitó: ¿Me
ayudas? Ese que está allá, señalando con la cabeza a un tipo gigante que estaba
apoyado contra una baranda de la estación, me está persiguiendo porque le debo
guita, ayúdame, y la miró fijamente a los ojos, todavía empuñaba el vidrio en
la mano, tal vez para dar presión a la gente, tal vez porque no sabía que hacer
con tanto miedo, en la calle, a la vida. ¡Tengo allá algo para vos!, dijo bien
fuerte como para que la escuchen, para que vean que quería distraer al niño
para darle algo. Le pasó la mano por los hombros, el niño se la sacó de encima
rápido hasta que se acordó que estaban actuando y se volvió a acercar un poco
más a la mujer, que ni siquiera sabía por qué lo estaba ayudando. Caminaron
hasta la esquina de la estación, bajaron las escalinatas, se dio vuelta como
buscando la cartelera de horarios por encima de sus ojos para cualquier de los
trenes que estacionaban en la estación Once y cuando estuvieron en el último
escalón de las escaleras, le dijo al oído al nene: Corré como nunca antes lo
hiciste cuando yo te lo diga. Le dio la mano y lo llevó de un local al otro, de
puesto en puesto, de hostel a esquina, caminaron, se perdieron juntos por las
calles del Once, atravesaron las miradas curiosas que no relacionaban a ese
niño -todavía con el vidrio partido en la palma- con esa mujer formal-informal,
pero con rasgos de clase media, casi corriendo juntxs. Se perdieron para volver
a llegar a la casa de Lucas, tocaron timbre, desde el portero su amigo -esta
vez- respondía un quién es duditativo. Luqui, soy yo, Marian, otra vez, tengo
un emergente importante -lo dijo, mientras se miraba el reloj, ya eran las
18hs-, si podés baja algo para comer que no estoy sola. Y lo miró al niño que
escuchaba y observaba, en silencio, cada uno de los detalles de lo que pasaba.
Lucas bajó con unas hamburguesas veganas en la mano y una sonrisa en el rostro,
hasta que abrió la puerta del edificio y lo vio a Kevin. Hola, ¿y vos como
llegaste acá? Fue lo primero que se le ocurrió preguntarle. Ella me está
ayudando a escapar de un transa, y ¿ustedes se conocen? A los dos le causó
mucha gracia la pregunta pero le empezaron a contar -en el hall del edificio-
del primer baile que organizaba la escuela
y como se habían conocido, ahí mismo, antes de decidir ser capitán de
barco, trabajar meses y descansar otros tantos. Mientras el niño comía, ella
intentaba sacarle información, donde vivía, con quién, vas al colegio, qué tipo
de trabajos hacias para ese tipo del que te fuiste, y ahora, adonde vas a ir,
con quién vas a vivir. El niño solo la miradaba, agachab qa la cabeza, comía
las hamburguesas de Lucas y callaba, no podía articular palabras cuando estaba
muy nervioso o en tensión con las situaciones que vivía. Vos sos muy sensible,
ya le había dicho su viejo la última vez que lo había ido a visitar a la cárcel
antes de morir. Comía y miraba a esos dos pibes que lo habían acompañado un par
de cuadras en su huida, ahora tendría que correr, tal vez caminar toda la noche
y dormir en cualquier techo que le sea cómodo o tal vez, conseguir un perro
para que lo acompañe mejor y sin riesgo. No podés dormir hoy en la calle, le
dijo Lucas. Otra vez, Lucas y ella se miraron, se pusieron de acuerdo a través
de los ojos, mejor dicho. Mirá, hoy dormís en el hostel, los días que necesites
hasta que todo eso se vuelva más calmo, ¿te parece? El niño estaba desencajado,
los ojos se le habían hinchado como a las 17:00hs cuando ella se había olvidado
de adónde tenía que ir, para quedarse con este niño, andá saber de qué lo estoy
protegiendo. Yo ya sé que no te conozco, pero a mí me diste confianza, pibe.
Espero que te portes bien y soltá ese vidrio que me da miedo, a ver si se te
escapa y nos lo clavas, che! El niño la miró con desconfianza, tal vez se
excedió de confianza para quién tiene miedo, bajo la guardia demasiado rápido,
entonces se agacho e intentó hablarle de frente, a su misma altura y en un
montón, el niño soltó un gracias, tímido pero lo sintieron, no se necesitaba
decir mucho más que agradecer a su amigo y ver como acompañarlo a conseguir más
guita. Ya eran las 20:00hs, la tensión por el parcial ya había quedado lejos,
en la historia, pero la mirada de ese necesitaba otras. Escuchó como las
empandas cubría incluso a ellos.
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