Camino al Machu Pichu

 

    


    Hace menos de un mes habían llegado a Cuzco, con sus subidas y bajadas, sus calles empedradas, otra vez, la ciudad regalaba misterios nocturnos y ruinas de zonas desconocidas, desayunar avena caliente en un pueblo que recibe año tras año turismo internacional que lo miran poco pero creen conocer mucho, perderse entre sus calles de aljibes e Iglesias levantabas sobre cimientos originarios, mamitas cargando bolsas enormes de papa y un par de bricheros, era lo que habían encontrado allí. Pero, aún seguían estando en una ciudad, habían llegado para conocer el territorio aledaño, para conocer el Valle Sagrado de los Incas, recorrer las ruinas aledañas y viajar en algún momento hacia las ruinas del Machu Pichu. Habían trabajado en la calle y, también, siendo meseras, cada día de trabajo valió la pena con tal de ir a caminar por esas ciudades sagradas, conocer el templo de la diosa de la Coca, pueblo que prometía mariposas de todos los colores y árboles húmedos y que todavía no se dejaba conocer tanto. Ya estaban lejos todas esas construcciones históricas, se las veía reírse mucho y pasar los días con mucho abrigo, les había tocado un otoño de lluvias y vientos fuertes y en la montaña, se podía sentir. Se besaban a escondidas de lxs peruanxs, no querían que las molestaran, ni les gritaran cosas en la calle. Alguien les contó que en la Comunidad Arhin, había un lugar que se llamaba Amasana donde recibían voluntarixs y se fueron para allá, conocieron a Sobeida, una peruana que junto a su compañero francés, Ludo construyeron un espacio permacultural a la vera de la montaña. Tuvieron sus tres hijos, fundaron su propia escuela, entregaron el teatro y la música por las plantas y la medicina. Siempre hay darle ofrendas a Dios y al Diablo. “La lengua no es más que un juego en el que participan todas aquellas personas que la hablan, es uno de los pocos juegos que los adultos conservan de la infancia”, argumentaban y organizaban Scrablles nocturnos para todxs lxs voluntarixs que se quedaban varios días en su casa. Para nosotras fue un abrazo al corazón. Pero queríamos seguir, habíamos leído muchos blogs sobre cómo era el camino alternativo para llegar a Aguas Calientes, caminando por la Hidroeléctrica, unas vías de tren inhabilitadas donde todxs lxs caminantes y pueblerinos, utilizaban para llegar de forma más económica. Pero todavía tenían que llegar a Ollantaytambo, luego vendría Santa María y Santa Teresa. Las chicas iban haciendo de dedo de pueblo en pueblo, encontrándose con gente muy amable y algunas cholitas hasta les regalaban el arroz con pollo para el almuerzo en los mercados. En Ollanta, montaron la carpa e hicieron noche, las invitaron a tomar Ayahuasca y después de decir que no, les preguntaron cuanto cobraban por sexo. “A ese le piqué el boleto de entrada”, dijo, bajito, una de las pibas. Ni siquiera contestaron, se dieron media vuelta y se fueron a hacer el show de cuentos y música a un barcito frente a la Plaza de Armas del pueblo. Todos los pueblos tenían su Plaza de Armas, su capilla, su escuela y su comisaría, todo alrededor como había sido construido en cada uno de los pueblos de toda Latinoamérica. La moneda para el transporte la habían hecho la noche anterior, pero tenían ganas de guardarla para comida y seguir haciendo dedo: estaban yendo desde Santa Teresa hasta Santa María, última parada antes de llegar a la Hidroeléctrica para caminar. Todo estaba saliendo como habían anotado en su cuadernito de notas viajeras, lo que les habían contado, lo que habían leído en los blogs. Ningún borrón para tachar algún lugar alguna mala recomendación de un lugar donde comer o donde dormir. La logística venía sobre ruedas. El sol les pegaba en la cara, se acercaron a la ruta con el dedo extendido esperando el aventón. Paró una combi escolar y el conductor bajó la ventanilla de su acompañante para que lo escuchemos: ¿Adónde van? A Santa Teresa, hasta la Hidroélectrica. Son ocho soles. Ah, no, nosotras estábamos haciendo dedo, no nos interesa, gracias. El viaje en auto está 15 soles, nosotrxs somos una combi escolar y de paso, nos hacemos unos pesitos. Adentro, un coro de niñxs se había asomado por las ventanas para vernos mejor, no se podían perder a las gringas argentas. Algunas madres los acompañan. Se miraron, estaban cansadas, el sol pegaba y querían llegar temprano a las vías, un largo camino todavía las esperaba. Se sentaron en el asiento largo del fondo, donde no había ningún niño y tenían acceso a ventanillas de los dos lados sin perder la cercanía. Al rato, una de ellas se quedó profundamente dormida. Se despertó al rato con una loma de burro, agitada. Soñé con el río, algo feo, no sé bien, pero no estaba buena la sensación. Ella siempre tenía sueños recurrentes, momentos del viaje, el próximo lugar, las había soñado de la mano antes de ni siquiera darse ese primer beso en la cama del hospedaje de Cuzco esa noche que les había tocado compartir para que todo saliera más barato. La otra hizo oídos sordos, no quería pensar en premoniciones ahora, miró por la ventanilla, el precipicio se abrió delante de ella, la combi comenzaba a ascender por una montaña terriblemente empinada, curva, contracurva, curva, contracurva, el estomágo se le empezó a revolver. Una de ellas empezó a vomitar en un pañuelito que tenía en el bolsillo. No le alcanzó y se le empezó a rebalsar el vómito en la mano, rodando hasta el pantalón. Que raro, nunca me pasa de vomitar en los viajes. A mí sí, le dijo la otra, pero, raro, esta vez, no me pasa. Lxs niñxs seguían jugando de manos y riéndose en los asientos delanteros. Hacía tanto frío y a medida que ascendían la montaña, había mucha más neblina, los vidrios se empañaban, los limpiaba con la mano. Voy a intentar dormirme, dijo una de las chicas, y se tumbó al lado del vidrio más cercano a la ventanilla izquierda, del lado del conductor, entrecerró los ojos, cuando un volantazo, le hizo volver a abrir grandes los ojos. Volantazo a la derecha del conductor pero la Van vieja no respondió, no le había acertado a una curva y ahora estaban cayendo irremediablemente por el precipicio que daba hacia  el Río Vilcanota. No tuvieron mucho tiempo para pensar ni mirar, los golpes en las piernas, las costillas, los brazos eran más fuerte, todo adentro del lugar rodaba, el tiempo se había paralizado como si estuvieran en una nave espacial, lxs niñxs vomitaban y se golpeaban las cabezas contra los asientos, las mujeres se tenían de los apoyabrazos pero su visión era de a 360 grados, circular, todo volaba, bolsos, mochilas, útiles, juguetes y se estampaban contra los vidrios. Fueron los minutos más largos de sus vidas, gritaban todos, y una de ellas atinó a mirar por la ventanilla, el Río se aproximaba, si la Van seguía rodando, se iban a hundir. Plum, un golpe en seco detuvo el movimiento circular, los juguetes se cayeron, lxs niñxs comenzaron a llorar, un montón de mercadería se le cayó a la chica que estaba más cerca, el dolor se hacía más fuerte, de tanto golpe, el río estaba cada vez más cerca, hasta que PUM, un árbol detuvo la corredera de la camioneta, se estampó en ese tronco salvador, en ese cacho de madera del que había pendido sus vidas por unos minutos, por unos instantes que fueron eternos. Se detuvieron en seco y las chicas no se animaban a mover el cuerpo, no querían darse cuenta si alguna parte ya no estaba en su lugar. Una mujer, acostaba sobre la ventanilla de la camioneta que había quedado tumbada, tendida sobre el árbol, empezó a erguir el cuello y a gritar: ¡Todos en paz, tranquilícense, estén en paz, que Dios nos ha salvado! Y comenzó a rezar en voz alta, al principio, las chicas se sintieron bastante molestas pero después se empezaron a relajar entre tanto rezo, el miedo de estar tumbadas con mercadería encima dentro de una camioneta que sólo la detenía un árbol, del que podía volver a caerse en cualquier momento podía ser apañado con cualquier placebo. El chofer fue el primer en trepar por el techo de su camioneta y salir, se necesitaba fuerza para levantarse en esas condiciones, después de los golpes y con todo tumbado. Se escuchó como hablaba por celular con los bomberos y salía a la carretera a pedir auxilio. Todo pasó muy rápido, como un flash de luces, la mujer dejó de rezar, varios hombres se acercaron con sogas, corriendo y empezaron a sacar a lxs niñxs que lloraban y vomitaban adentro de la camioneta. Las chicas atinaron a mirarse, tocarse no podían, pero se veían, respiraban y movían los ojos, sabían que estaban vivas, que todos habían sobrevivido, esta vez. De repente, una mano grandota rompió con un martillo uno de los vidrios, las arrancaron del brazo de los asientos de un solo empujón hacia afuera, los improvisados rescatistas estaban haciendo bien su tarea. Las chicas atinaron a pedir las mochilas, se las tiraron al lado de la ruta, pararon un auto que venía y las hicieron subir, rápido, al hospital más cercano. Pero antes, ellas se volvieron a mirar a los ojos y en silencio, con lágrimas en los ojos, se abrazaron, en un abrazo infinito, eterno, que no volvieron a repetir hasta el día de hoy. Y, una de ellas, la que había tenido el sueño, definitivamente, premonitorio, empezó a putear: ¡Yo sabía que iba a pasar esto! ¡Yo sabía! ¿Por qué no me hago cargo de lo que veo? Si yo sabía que esto iba a terminar mal, ¿por qué no les dije que nos bajemos? Caminaba de un lugar al otro, histérica y cuando empezó a tirarse de los pelos, las otras dos, la tomaron de los hombros y la subieron al auto que ya estaba esperándolas para volver a Ollantaytambo. Dejanos en el mercado, le dijo una de las chicas al conductor. En realidad, quería comprar todas las papas fritas y los chocolates que pudiera, tan cerca había estado, por primera vez el aliento a la muerte, que no podía permitirse hoy, disfrutar de lo que el poco dinero que tenía podía pagarle. Después irían a la comisaría, empezaba el trámite por haber sido abandonadas en medio de la ruta por el conductor, en estado de shock post accidente. Mientras, cada una apoyo su cabeza en el hombro de la otra. Seguramente, volverían a Amasana, con Ludo y Sobeida, a pedirles auxilio, descanso, refugio, un poco de la familia que no tenían cerca.  Evidentemente, ese no iba a ser el día que llegaran a Machu Pichu.

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