Echinopsis pachanoi

 

    


Vuelan de flor en flor, repartiendo vida por muchos lugares, se alimentan con el néctar de las flores y gracias al sol, siguen dando vueltas por allí. Para los aztecas, su cuerpo era la encarnación de los guerreros honoríficos muertos en batallas. Para los medievales, brujas qué robaban leche de las casas. Para los incas, nada más sagrado qué cualquier otro animal de la naturaleza. Para los egipcios, representaban el alma de cualquier muerto. Hoy, nosotras las vemos como fragmentos de vida, pedacitos de espíritus. Despertamos al mediodía, después de una larga noche, el San Pedro, la Wachuma, el cactus Echinopsis pachanoi, nuestro abuelito fuego, la medicina se ha hecho presente como en un puente de tiempo milenario, se hizo presente. Todavía, puede sentir en mi cuerpo como varias alas aletean, revolotean, se mueven alrededor de mi panza, de tu cabeza, de mi corazón. Las ganas se adelantan a tu garganta, intentan salir y en la boca que conviven entre palabras. A vos, estrella y guía, caminante compañera de los caminos latinoamericanos, te veo, ahora, en un noche partida al medio, levantarme como tomada por una potencia anecdótica, irte lejos. Él te miro y supo que estaba bien hasta donde era, hasta donde tu sabiduría te permitía. Hoy, entre lagañas de reflexión, me confesabas que la familia inca que vivía hace más de tres mil años en el Mariposario donde vivíamos, te había invitado a compartir una ronda de música con ellxs, que te habían acompañado en la comprensión de la perspectiva. Perspectiva como palabra que utilizas ahora, derramándose, en el desayuno posible que inventamos porque ninguna de las dos bajó al pueblo ni lo va a hacer, al menos, hasta que este día muera otra vez. Algo del ritmo y la duración se modificó en nuestro espacio. Y, de repente, un destello de luz, estoy sangrando en la tierra, un líquido rojo sangre, caliente, la menstruación de mi linaje aparece, se difumina transformándose en una serpiente que acecha, baila, convive en mi estómago. Nunca había tenido una serpiente tan adentro, en el momento, sé que pensé en El Principito, en el dibujo de la serpiente comiéndose un elefante. Me sentí un poco el elefante, por un momento y, después, me acordé que una serpiente podría comerme a mí, también. Todavía el cuerpo me vibraba, salí a caminar para darle tierra a las evocaciones y el cartel del Machu Pichu Pueblo me sobresaltó. ¿Hacé cuantos años este lugar alberga sabiduría? Algo con la contemplación de los ciclos desde los lunares hasta la vasta identificación con el sol. Universo canalizador de deseos, ¿por qué me mantuviste más de media de hora sentada frente a un cartel? Temí nunca más volver a recuperar mi campo perceptivo moldeable a la civlización humana, pero deje de temer, me daba miedo no poder regresar y en la misma línea de pensamiento, sabía que un fragmento de mi psique había muerto. Y ahora, ese sentipensamiento se lo dedicaba a una piedra con la que se había colgado mi mirada. El día después de ayer iba a ser lento, se ve. “La planta te da. Si le pedís poder, te va a dar poder. Si le pedís amor, te va a dar amor. ¿También envenena? Los humanos le dan, a veces, un uso excesivo”. Yo no había intencionado de más, siempre lo justo y necesario, para qué tanto más. Pero, hoy, ya con el entendimiento solar, recordaba a mi familia en Argentina, y a mis amigxs, y quería intencionar por ellxs, también, par que cada unx descubra el camino más cercano a su esencia, a lo más vital. Pero, el abuelo fuego otra vez me dio un tirón desde la entraña, y, planta, espejo, reflector de desgarros y sonrisas profundas, desafío identitario, otra vez, me llamaba a separarme de un sol proyectado en otros seres y me pedía armar la propia constelación. Llegué al lugar en el pueblo donde vendían paltas. Y qué palta. “Tenés la suerte de prepararte para poder ver”, había dicho él y yo la recordé a ella saltando imaginando montañas. No podía imaginar de otra manera un juego en el que ella  me esté jugando, como si pudiera ser inmortal y ganar y perder eternamente. Él sabe del desgarro de ella en su anterior vida, de haber querido curar y que el antídoto sea su propia enfermedad: la muerte. Él lo sabe, pero parece no importarle, toca un sikus inmenso y cuenta historias de la fundación de Ollantaytambo, nuestra energía se combina y él es un gran acompañante. Miro el Río Vilcanota, lo ladeo para volver a la casa, pude percibir la montaña Wayna Pichu enfrente, y como la había visto anoche, con pepitas de oro brillando en la oscuridad. Montaña que hace reír el viento frente a mí. Esta vez, me siento a contemplarla, pero, lo hago consciente. ¿Adónde van las mariposas cuando vuelan sobre nuestras cabezas? Ojalá nos permitieran el privilegio de observarlas un poco más, tan solo unos segundos, para poder ver a nuestros antepasados, la vida, la naturaleza. Que se queden un rato más y nos enseñen de ese proceso tan vital qué las hospeda hasta qué cambian su piel y se convierten en una verde oruga para más tarde morir en si misma, reposar y nacer cómo un animalito alado qué viaja por el aire. Mariposa, guerrera de las mutaciones, símbolo de la energía, contágianos tu fortaleza para crecer, te pide atravesando las horas. Una mariposa se posa justo ahora en la mano de un niño y él la contempla admirado, cómo un efecto dominó ,otra de ella liba el néctar de una flor para salir volando con este juguito entre las patas, una mariposa azul decide migrar para anunciar la llegada del otoño, mientras un niño recoge una mariposa qué ya concluyó su vida por el camino, otra niña ve cómo se rompe un capullo en el pasto de su casa y un señor vuelve a creer en la magia cuando se cruza una de ellas, luego de pedir una señal a la vida. Un mariposólogo pasa noches enteras entendiendo libros con imágenes de mariposas, una de ellas fotografiada antes de ser comida por una araña hambrienta qué pasaba por el camino y tal vez, otra, antes de ser hervida con yuca antes de ser degustada, todos comparten el mismo pedacito de vida, todas se van volando por ahí. La sirena, ahora, empieza a sonar, y vos tenés que volver, ella seguro se va a preocupar por vos, ahora el corazón te late fuerte, estabilizando energía ying/yang, caballo galopante. No quisiera volver por ella, los abrazos, los besos y el amor deben ser sinceros. Me largué a llorar, la respuesta siempre estuvo dentro: alimentar en soledad este corazón. Me largué a reir en medio del monte, al costado del camino, me reí de la mayor intimidad correspondida conmigo misma que haya podido vivenciar en unos segundos. Recibí mucho más de lo que se puede dar forma, poner palabra. En ese ritual íntimo, de tres, donde él nos permitó conocer los secretos medicinales heredados de su familia, donde nos mostró los pases de confianza para armar el espacio sagrado, donde cruzamos la noche con los ojos cerrados, vibrando en cada nota, expandiendo un espacio en la mente con cada palabra, un permiso que nos devolvío, en una noche, otra vez a la vida.

 

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