Una carta que nunca llegará

 

Martín:

              Estás tan lejos que ya ni puedo calcular cuantos kilómetros de distancia lleva tu cuerpo del mío. Desapareciste sin dejar rastros después de robarle a tus propios amigos, con la llave que ellos mismos te habían dado para que cuides su casa mientras estaban de vacaciones, ¿te acordás que además les rompiste las guitarras con las que tocaban en la banda? Y de paso, que te llevaste los dólares que tenían guardados atrás de ese santo con el que tanto jodían y les dejaste un par de bichos en la compu y nadie supo adónde te habías ido. No sé si te dijeron pero te fuimos a buscar a la casa de tus viejos y nos gritaron por la ventana que sino nos íbamos, iban a llamar a la policía. Tus mismos viejos que nos daban la merienda después de salir de la colonia del club, ahora nos amenazaban con llamar a la policía. Esta bien, yo entendí a Graciela, tu mamá seguro te estaba cuidando, pero, ¿a vos? ¿No te bastó con ser escrachado por más de ocho mujeres en menos de un año? Y yo, esperando que dieras el brazo a torcer, que el tratamiento psicológico diera algunos frutos, yo sí que te tuve paciencia, sí que te espere, pero ya no más. Esta noche puedo decir que la Luna Llena en leo me dio el poder de autoafirmación, de confiar en mis propias percepciones, de darme el entendimiento de mis sensibilidades. Esta noche puedo decir que (al fin!) escuché a una amiga que me preguntó hasta donde creía que tenía control sobre esta situación, o hasta donde yo era como los fumadores que piensan que van a poder dejar el cigarrillo cuando quieran, pero nunca lo hacen. Esta noche puedo decir que comprendí algo de lo que llaman el aprendizaje de la sombra, de la función víctima/victimario, del no poder explicar el regodeo del placer morboso del enrosque con la oscuridad, del placer/displacer del que habla la psicología, del comerme la cola tanto con mi propia sombra, intentando darle explicaciones a una mente con recuerdos borrosos. Como si todo estuviera pasando en un punto en el tiempo vinculado a esta noche, a esta luna, conmigo, como sino fuera que se vienen construyendo experiencias, que se vienen acumulando como cemento en mi pared, como si todo lo vivido no estuviera formado por el paso del tiempo, de los días, de las horas, de la energía que fui plantando y que ahora, cosecho con las manos llenas de sangre, por ese dolor del plantar sobre plástico seco. Como si todo no hubiera empezado a escribirse desde pequeña, desde que conocí a un amigo varón en la pileta del club, vos eras el único que me agarraba los tobillos abajo del agua y me asustaba ahogándome un rato hasta que me soltabas. Te había dicho tantas veces que no me gustaba que me hicieras eso, que me daba miedo, pero siempre lo volvías a hacer. Y, a mí no me importaba, porque a pesar de esto, eras una gran persona, con la que siempre me reía, me acompañaba y jugábamos mucho, ¿de eso, te acordás? Jugábamos y charlábamos un montón, tanto que tu casa era la única a la que me dejaban ir a dormir. Un día, nunca te conté, pero tu mamá me llamó para contarme que te estaban medicando psiquiátricamente porque no podías dormir a la noche, no podías parar de usar la computadora ni siquiera para ir al baño, que necesitaban de mi ayuda, porque yo era tu única amiga.  Me lo dijo, ese día por teléfono y el designio -ahora siento- que duró más de catorce años. Vos estabas solo, con problemas y yo era tu única amiga en este mundo, que tanto nos separa de lo que es diferente, que tanto nos aleja del cariño y el afecto de las personas y hermanos no tengo, así que decidí adoptarte, desde ese día, como tal. Nuestra primera distancia fue cuando conociste a tu primera novia, ¿Te acordás como te pegaba esa wacha? No solo te pegaba sino que yo veía cómo te obligaba a hacer muchas cosas que no querías. Yo la odiaba y te dejé de hablar porque siempre la defendías. Hasta que se separaron y nos volvimos a encontrar. Estaba vez con más lecturas encimas, mucha filosofía y nuevos grupos de personas con quién compartir. Fueron unos años increíbles, te juro y te los agradezco, años de muchas experiencias con drogas y salidas a lugares lejanos y hermosos, ya sabés, espero que de eso sí te acuerdes: nuestro despertar adolescente compartido. Una noche, a los 17, me acosté a dormir con vos, como siempre y cuando me desperté me estabas tocando la vagina con la mano por debajo de la bombacha. Te saqué la mano y seguí durmiendo. Al otro día, te hice un comentario de lo que había pasado, me miraste y nunca respondiste. Nunca más volvimos a hablar de lo que había pasado y ahora te lo recuerdo. Si, nuestras peleas eran por otros motivos, diferencias políticas, espirituales o porque te gustaba burlarte de mí en público. Yo también siempre te jodí mucho, éramos tan amigos y entiendo que me querías a tu forma, como podías, como te habían enseñado a querer, en silencio y a la distancia. Bastante diferente eras de mis otros amigos varones. Cuando volví de ese gran viaje de años, te encontré en modo gira y falopa. No sé si podés recordar bien ese momento, te limpiabas en casa, cuando vivía con Gise en plena crisis, no dormías casi nada y cuando lo hacías, tenías pesadillas. Y, ahí mismo, te acordás nos empezamos a gustar cuando me llegó el primer mensaje de una chica que había comentado que la habías abusado, que la habías tocado mientras estaba dormida. Tanto a ella como a otras amigas. Una situación muy parecida a la que me había pasado a mi con vos, nunca te dije nada, las drogas, la gira, la tele que se te apagaba, vos que siempre decías que te olvidabas de todo, que la insconciencia del alcohol, ya fue, para qué poner tanta palabra, si hasta hablamos sobre el tema y siempre te creí tus “arrepentimientos”. Luego de eso, lo que ya sabemos, nuestro vínculo, los intentos de poliamor, nuestro amor leal pero, ¿tampoco te acordás de las mañanas que me despertaba con los pantalones y la bombacha baja o con vos manoseándome cualquier parte del cuerpo? Ahora, mientras te escribo, aprieto los dientes y me pregunto como no me di cuenta antes, como normalicé, como nunca te lo dije, como tuvimos que llegar a asustarnos para usar forro, ¿Cómo pasó?, ¿Cómo? Y, después, nuestra convivencia entre amigxs, trabajando en nuestro sueño de tener una casa cultural y el proyecto de imprenta en el garage de la casa, todo lo otro quedaba en el plano de la sexualidad, en la intimidad, en lo invisible, en lo innombrable. Ya ni siquiera recuerdo (ahora yo) todo el tiempo que compartimos esa época, eras una extensión de mi cuerpo, entre poner en marcha la imprenta, trabajar y tomar decisiones hasta todo lo cotidiano. Cuándo tenías esas noches de pesadilla y abstinencia, cuando todavía estabas en el sueño… ¿Te podías dar cuenta cuando un sueño común y corriente, la atmósfera onírica se ensombrecía y empezaba a aparecer el tono de una pesadilla? Porque yo no me di cuenta en qué momento empezó la nuestra, si entre la vorágine de lo laboral, si entre nuestras puteadas o tu silencio de ultratumba que duraba días. ¿Te acordás cuando te pegaste dos piñas en la cara, haciéndote sangrar y después dijiste que lo hacías para no pegarme a mí? Cuando me di cuenta que el infierno se pintaba con los colores del amor, era tarde, te quería matar. ¿Te acordás cuando agarraste la tijera que usábamos para cortar las puntas de los papeles sobrante y te la clavaste en el cuello diciendo que “te ibas a matar”? Empezábamos a sembrar algo que no te lo puedo explicar ahora, pero que estaba latente en nuestro aire, en nuestro vínculo aunque siempre todo mejoraba cuando salíamos a pasear por ahí. Pero, otra vez, discutíamos y todo volvía al ciclo de la violencia. Un día, me tiraste agua hirviendo del termo en el brazo porque te “estaba hablando mucho”; otro, me escupiste en la cara, le pegabas patadas a la puerta de mi cuarto hasta que te abría. Me gustaría enumerarte el circuito de nuestro circo del terror, porque entiendo que tu memoria falla y necesitamos, a veces, lo explícito para poder ver que la violencia, una vez más, se alimenta en el pan de cada día. El día que me rompiste la mesa a patadas en el cuerpo, me hubiese gustado poder echarte, eso no te lo pude decir en ese momento y te lo escribo ahora. Ojalá te llegué, me hubiese gustado que terminara ahí, que nuestra película finalizara en ese episodio pero tuvimos que esperar a que nuestra casa se demoliera y yo huyera a vivir a otro lugar. Al poco tiempo, te escracharon las pibas, no te imaginás cuanto lloré esos días, tal vez como nunca había llorado por un vinculo así y, vos seguias juntando odio, me encantaría convertirte todo ese odio en compasión, en amor, pero la última vez que juraste “venganza por tus ideas” tuve tanto miedo que no pude hacer más que cortar el teléfono y seguir llorando y a los días, recibir las noticias de los pibes. ¿Adónde te habrás escapado con esa plata sucia? ¿Cómo te construiste con una pala el pozo donde ahora hundís la cabeza? ¿Para qué te expusiste a ser el chivo expiatorio de esa sociedad patriarcal? ¿Por qué exponer tanta mierda social en tu ser?

Martín, sé que te está tocando habitar una infinita sombra en tu cuerpo y en tu mente, pero de este lado ya te dejó de escribir la mujer que te maternó y hermanó durante mucho tiempo, y mientras invoco a las palabras como actrices de la psicomagia para cortar los nudos de lealtad que nos armamos enredándonos en nuestras propias opresiones. Ojalá que vos también puedas dejar de fumar cuando sientas que el humo te esté ahogando y antes, sobre todo de convertirte en el humo del cigarrillo de otra persona.

Cuidate,

 

                                                                                                                               Rebeca

 

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