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        Viaje I         

        Voy viajando en un submarino intergaláctico, me cruzan las estrellas fugaces, una chica de pelo naranja me saluda desde una estrella cercana:- ¿Tenes fuego?, me grita y yo la interpelo, le bailo al oído, le pido razones para seguir viviendo, la seduzco con la mirada y con mi movimiento, dejo de explicarme, me muevo con el ritmo de la música, encuentro recuerdos dormidos en mi almohada, estrellas tiradas en el cajón de mi placard, ahora desparramadas por toda la galaxia, esa galaxia que se abre en tus ojos cuando me miras, esos ojos que me acercan a tu ser más puro. Rompo un escalón solo al pisarlo, se cae por debajo de mí pie un helado de sambayón intacto, camino por una escalera que se va proyectando en cada pisada, escalera de colores turmalinas, mis pies se convierten en pinceles que dibujan un camino de arcoiris, pucha que vale la pena vivir esta vida, me siento latiendo el fulgor de ese corazón que embandera si esencia, la chispa se enfoca y crece, doy vueltas como en una calesita, me rompo en mil pedazos, me endurezco en mi propia consciencia y siento como se me rompen cada uno de los huesos de la columna vertebral, se quiebran en sinécdoques irritables irreverentes que me causan placer en cada ruptura, partículas de huesos ruedan por la atmósfera onírica como en mi pelo ahora vibrante del espacio, no puedo dejar de gritarle: ¿adonde vas? ¡qué no te encuentro! Que las calles de los pabellones de mi mente subterránea están descocidos por tu partida, que mi corazón se cansó de romperse en pedacitos, que ya no quedan lágrimas por llorarse en todos los pañuelos de mi casa, que tu ruptura fue más que un hueso roto de una columna vertebral de mi vincularidad emocional, que los huesos son partículas flexibles, que quiero ser de goma eva y que nos volvamos a moldear, que practiquemos con porcelana fría para que con el color del verano podamos reconstruirnos y ahora el pasillo se llena de flores que empiezan a florecer, las riego con mi propia saliva que cae a chorros donde antes hubo lágrimas y brota como un arcoiris de papeles de colores disfrazados de haikus, grullas de papel inventado en un cuento sin fin de Hiroshima. Me tiro entre las flores, siento el pasto como una calesita vibrante fulgurante de sensaciones en mi piel, quien pudiera darte todas las frambuesas que ahora vibran en este cuerpo verde, me chupo los dedos, mientras rezo a un dios en el que no creo pero que puedo sentir, me ahogo con esos frutos resplandecientes y le pido a esa divinidad sensorial un poco más, un poco más de libertad, un poco más de amor, le pido que me quiera, que todos podamos chupar frambuesas de algún campo donde el amor nos encuentre jugando seriamente a jugar a que somos el sueño de nosotros mismos y nuestro propio contagio que genera un puente entre vos y yo de ahora para siempre en libertad.


        Viaje II


"La lengua recibe la vibración de la palabra hablada o pensada y despierta una nueva concepción de la conciencia. (...) Dentro del mundo al que pertenecemos, las emociones, los sentimientos y todo el complejo mecanismo con el que nos expresamos existe un infinito movimiento, muy interno, que responde al campo emocional. Es este misterio casi inmanejable el que empieza a abrir sus puertas cuando una voluntad sostiene la acción de su pensamiento a través de la lengua, creando un nexo que despierta y moviliza las atrapadas corrientes de energía que le permiten al ser integrarse en su totalidad", Fedora Aberastury.  


 Retirar: verbo transitivo. Mover una cosa de un sitio para que deje de estar en contacto con algo o deje de estar próxima a algo. ¿Dónde habita el límite entre lo que deseo, lo que proyecto y lo que soy? ¿Cómo puedo proyectar mi cuidado, contagiándome de un otre, cómo puedo entrenar una escucha que apele a tener oídos en mis manos? ¿Cómo soy vinculándome con las palabras de les otres? Apago la percepción visual, dejo que el color me permita nutrirme de una variedad de matices lúdicos, el cuerpo se permita encarnar, que arme el campo de mi territorio. Descanso la mente, pero no le permito lo mismo a mi percepción, como una ventana que se cierra por dentro mío le doy permiso a una variedad de sinfines donde el dolor deja de acompañarme. Cuando cierro los ojos, ya no importa de qué color es la ropa con la que me vestía antes de apagar la luz, ya no importa quiénes son mis antepasados, me derrumbo ante la caricia ajena, ante la mano que m encuentra, me derrumbo ante la inercia perceptiva que acompaña mi vida. 

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