a la memoria de los pueblos

Algunos dicen haberlos sentido en el fondo de un pozo seco, al final de un camino. Otros juran haberlos distinguido en el fondo del mar, nadando al compás de los peces y las estrellas. También, susurrando en el interior de una canoa. Los que viven a las afueras de la gran ciudad, los ven perdidos entre los matorrales, en esa densa y salvaje vegetación, saltando con los sapos, bajo las lluvias de Marzo. Suben árboles tristes y vacìos donde antes hubo frutas. Los confunden con promesas, intenciones, deseos. A alguno le pareció notar, a lo lejos, un atuendo tradicional. Nada importante y al tiempo, los olvidan. Son como hilos invisibles. No se ven, no se tocan pero se sienten en el fondo del alma, similar a los corazones que se encuentran y que solo se comunican através de miradas. No necesitan palabras, ni gestos, ni compromisos…Simplemente nacen desde adentro y se mueren por estrellar por fuera. Ellos cantan como los pájaros y lo hacen cuando todos los demás, duermen. Híbridos entre su lugar y el resto de la tierra, en ese momento pueden conversar en su lengua natal, la de las raìces, sin sentir vergüenza de los de afuera. Ese es su momento: cuando la ciudad está dormida. Sólo algunos chinchorreros los escuchan y ellos juegan.  Juegan a que nos despiertan, a que nos desorientan, a que impactan en nuestras sensibilidades. Quieren que estemos tan curiosos como ellos, que admiremos al sol, al mar, a la tierra y sus aves. Por eso, solo cantan por la madrugada…para que todos en nuestros sueños los escuchemos.


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