Gritos y susurros o el origen del silencio


Gritar es como vomitar y existe el grito porque existe aquello que no encuentra otra manera de salir al exterior. Encontramos en el grito esa forma loca, gigante, extrema, violenta para sacar toda la ira acumulada dentro.

 Un día, un Grito, cómo tantos otros, quiso salir a pasear sin ejercer su característica principal como grito: gritar. Se convenció durante toda la mañana que aprendería consigo mismo la lección de cerrar la boca, digerir las ideas, poner el semáforo en amarillo, aguardar que pase agua bajo el río, menguar los sentimientos, recordó cada uno de los consejos que le dieron durante su corta existencia y convencido del cambio, salió a comprar el primer pan del desayuno. Cuando llegó a la panadería, se acercó a las figacitas y con todo el esfuerzo de su cuerpo etéreo de grito, le dijo al panadero: -¿Me podría dar medio kilo de pan, por favor? El pan le encantaba a su novio: Susurro, hermoso y etéreo verbo que había conocido un día en un festival en el Día del Libro. Le había pedido susurrarle en el oído una poesía y fue un momento tan suave, tan único, tan pocas veces visto por él y sus amigos, el chillido, la vociferación, el rugido y el aullido, que fue cautivado de inmediato por el amor.  Ese mismo día le gritó- ¡QUIERO SER TU NOVIO!  Y tuvo que agacharse para escuchar la respuesta del susurro… vos, que está del del otro lado, tampoco llegó a escucharla: dijo que él también. ¿Cómo es posible que aquel objeto de la más terrible pasión amorosa pueda convertirse en pocos instantes en el centro de la pasión más odiosa que haya conocido jamás? Puede ser. Puede pasar.  Pero Grito, sólo en esas ocasiones, había gritado y gritado, odiado y amado pero a los gritos, no conocía de susurros ni de palabras al oído (porque hubiese afectado la salud auditiva de su compañía), ni de cantos ni voces bajas.  Sólo conocía el mismísimo grito, su fuente vital como forma de expresión. 

Por ende, la primera discusión que tuvieron con Susurro, Grito puso el grito en el cielo Susurro siguió susurrando lo más alto que su cuerpo etéreo de verbo se lo permitió. Y fue ese mismo día, cuando Susurro se marchó porque no podía ser escuchado por su compañero, fue cuando Grito decidió, con todo su cuerpo, que debía aprender a hablar en tono medio, a conversar como lo hacían las demás personas que alguna vez se había cruzado en la calle. Nunca podría llegar a hablar tan bajito como  Susurro pero confiaba en que iba a poder, a la larga aprender y Susurro notaría su cambio y volvería.  Pasó por la puerta de la vecina y la saludó con la mano. La vecina se preparaba para recibir el saludo con las manos en los oídos, pero esta vez no fue necesario. Sorprendida, bajo las manos y también lo saludó, feliz de no haber sido aturdida por primera vez, como todas las mañanas. Y, así sucesivamente, fue saludando a todos, algunos con la mano en alto, a otros con intentos de “BUEn día”, pero intentos, al fin. El problema fue cuando llegó a comprarle el diario, a Pochito, el buen diariero de la esquina de su casa, quién había ido perdiendo la audición con el tiempo. –BUEN DÍA, DON GRITO. COMO ANDA USTED? Y ahí. El mundo cuasi silencioso construido en las dos cuadras que lo separaban de la panadería a su casa, se estaba por derrumbar. Pero, por suerte, la imaginación no tenía que reducir su volumen. Grito le señalo con la mano la garganta acompañado por un gesto de dolor. –AH, TENES QUE CUIDARTE MÁS, GRITO. TE VOY A REGALAR ESOS CARAMELITOS DE PROPOLEO. Grito le agradeció con las dos manos unidas en V como si fuera un japonés y se marchó, rápido para su casa, no fuera cosa que se tropezara con algún perrito de la cuadra y tuviera que gritarle. 

Entró a su casa y la vio tan vacía.  Aclaro que la vio, porque escuchar, jamás escuchaba a Susurro, pero si su presencia imponente y aquietada, llenaba la casa de fulgor. La soledad también llevó al grito a tener sus momentos de paz pero, luego, traía consigo un terrible cansancio, debido a la cantidad de gritos que emitía al saber que no molestaba a Susurro, porque Susurro se había ido.. Gritó tanto de dolor, gritó en otros idiomas, gritó contra el cielo y el infierno, a Cupido por flechar corazones que no pueden tener destinos comunes en la misma resonancia. Gritó  en diferentes intensidades de altura hasta que su garganta pidió unbastaparamíbastaparatodos y ya no pudo más gritar ni emitir sonido. El grito, por primera vez en su vida, víctima de los diversos sentimientos encontrados, se había quedado afónico. 

Y, por esas casualidades u oportunidades que la vida nos pone enfrente para redimirnos de nuestros actos, el susurro entró a la casa, (SILBANDO bajito) a buscar su ropa. No quería saber nunca más en su vida de gritos. Volvería a buscar compañero en los museos o, en el peor de los casos, en los hospitales o cementerios.  Siempre fue más amigo de los silencios que del bullicio. Pero, cuando se topó frente a frente con Grito y él no habló: se sorprendió. Hace mucho tiempo que no lo recibía en la casa sin un ensordecedor – ¡HOLA, MI AMOR! Así que lo saludó, le preguntó en un tono imperceptible para, usted, oyente,  cómo estaba.  Pero, Grito tampoco respondió y siguió parado frente a él. En ese preciso instante, Susurro sintió muchas ganas de comunicarle todo lo que le pasaba a Grito, ya que nunca lo había escuchado, le contó de sus problemas para conversar con sus amigos, la soledad que traía el no poder ser oído por la china del supermercado, la dificultad para sociabilizar en bares y boliches y por sobre todas las cosas, las ganas que tenía de susurrarle unos cuentos a la noche antes de irse a dormir. Ganas reprimidas por los relatos en alta voz de Grito sobre todo lo que había hecho durante el día.  Le susurró cada una de las angustias y penas que lo hacían irse la casa construidos juntos a fuerza de gritos y susurros.  Y cuando acabó, se echó en el sillón, como quien por fin pudo sacarse el peso de lo dicho. 

Grito escuchó, escuchó en el silencio impuesto por su garganta. Escuchó, como el placer del silencio para recibir palabras. Escuchó para dejarse impregnar, para dejarse llevar, para sólo escuchar sin pensar en qué gritar. Escuchó y no tuvo ninguna palabra que decir.  De ese encuentro real entre Susurro y Grito sólo podía dar como resultado Silencio. 

Silencio fue aquello que invocaron cada vez que Grito, enfurecía y no escuchaba a Susurro. Silencio, del bueno, del aquietador de gritos y afianzador de susurros. Silencio que le da tiempo al Grito para bajar y al Susurro para hacerse escuchar. Silencio necesario. 

Un Silencio lleno de palabras. 


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