las lágrimas como límite


Las lágrimas son el límite poco buscado, son la irrupción abrupta de las emociones golpeando la puerta para salir. Representan el límite corporal, desbordado, expuesto en forma de líquido, deglutido, macerado,  hecho trizas,  corriendo sin freno por nuestros ojos, desbordando por nuestra cara como el agua que nutre los caudales de los ríos serranos. El límite, para mí cuerpo,  son las lágrimas. Son el llamado de atención de un cuerpo incendiado de emociones que pretende buscar el alivio natural: el agua. Las lágrimas son el límite acuático del cuerpo ante las inminentes sensaciones del corazón. 

Pienso en este límite, ¿y si las lágrimas se amontonaran en unos frascos herméticos para tener la posibilidad de venderlas? Las depresiones y angustias generales serían mucho más fáciles de transitar. “Una lagrimita, dale, despréndete, recordá la muerte de la abuela que tanto querías, dale, que con esta última lagrimita pago el alquiler”, se esforzarían los más duros de llorar. Otros, y seguramente sea este mi caso, lloraríamos por todo sin asco, por los problemas propios y los ajenos, por mí abuela  y la de mi amiga, por el vecino que sufrió un ACV hace un par de años y dejó solos a dos niñitos, por los niñitos, por la enfermedad, por el vecino, por la vida, porque ya es otoño y hay que seguir llorando… y luego, en algún momento,  las lágrimas deciden parar de derramarse y quedar suspendidas como charcos de angustia del corazón. Ahí. Es el preciso momento donde el cuerpo ya no encuentra recoveco de donde quitar agüita para prestársela a los ojos.  ahí decide arbitrariamente nuestro cuerpo, no así nuestra mente ya que si fuera por ella ya estaría encontrando muchos motivos propios y ajenos para seguir derramando aguita como si se fueran a vencer las lágrimas, en poco tiempo y deberíamos agotarlas rápidamente.  En ese momento, en  la exigencia corporal de parar, la mente, sin capacidad de mando, se permite preguntarse  si estuvo todo el tiempo anterior haciendo lo indicado. ¿Era, realmente, tan importante llorar por el vecino de enfrente que casi no lo conozco y tuvo una enfermedad que cada cuatro minutos le sucede a alguna persona en la Argentina? ¿Merecía mi aluvión de lágrimas sin acción “el otoño con sus hojas derramadas”,  cuando forma parte del ciclo natural y propio de la Tierra donde vivo? ¿Encuentro algún motivo aparente para derramar lágrimas por estar  “insoportablemente vivo”? Y por consecuencia, coloco una música en Youtube, me relajo, ya mi abuela murió hace rato y de viejita, tuvo una muerte linda y acompañada, el vecino de enfrente tenía una compañera, la madre de sus niños que los sigue cuidando, niños que siguen creciendo lo más felices posibles y el otoño hizo inmiscuirse una hojita amarilla por la ventana del cuarto, recordándome que es una estación intermedia tan deliciosa como ir paseando por las calles pateando hojas caídas, que nos enseña que todo es transitorio y lo que es natural es: que se transforme.

Y de esa sencilla manera, las lágrimas salen de todos los limitados frascos de la mente, ya no quieren  perpetuarse, no les interesa ser vendidas, sólo sentidas…  se vuelven a acomodar en los diferentes tejidos del cuerpo que cuidan sus guaridas y se preparan, así, para la próxima salida


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