tironeos de un cuerpo

¿Viste esa sensación de vacío y frío que te hiela los huesos y las articulaciones? ¿Viste esa sensación de vértigo infinito que genera la muerte?



¿Viste esa sensación de dejar morir una parte de uno mismo y abandonarse al vacío de lo que vendrà? Son todas esas sensaciones las que siento, hace tiempo, al compartir la almohada con vos. Nuestra vida está llena de intentos, intentamos para sentir que hacemos lo im/posible para probar/nos en la existencia como humanos curiosos e insistentes que somos. Intentamos el compartir por separado, juntos, al costado, caminando de paso en paso, pisando los talones del otro y, a veces, haciéndolo caer, intentamos encontrando al otro en otros cuerpos, intentamos regalarnos el color de las rutas sanadoras, los tragos amargos del mate; intentamos como quién intenta resbalar en un tobogán para bajar sentado y no lastimarse, porque ya nos pasó antes, que bajamos a las chapas y nos doblamos un pie, o nos golpeamos la cola. Nosotros nos dimos la mano en un momento de la vida de mucho desamor y desde nuestros niños condenados a un cuerpo que envejece, nos compartimos en cuerpo/en alma /en mente. Todavía sigo creyendo en que no me arrepiento de esa capa de tejido que constituyó el querernos, ¿Cuándo más se puede extender un tejido hasta no desgarrarse? ¿Cuánto màs puede aguantar los tironeos un cuerpo sin romperse? ¿Cuándo tiempo màs llevarà? Los intentos son tan vàlidos como el dejar de intentar, el resignarse a perder. Con unos lentes, puede ser considerado como rendirse.  Con otros, permitirse morir. Y, hoy, decido rendirme a esta muerte. Rendirme a todo intento, a la antigua, a la arquetípica, como el Ave fénix para renacer de las cenizas. Nunca voy a dejar de agradecerte tanta pausa en mi vida, convertirte en un ser tan transparente en los tejidos de tu piel, que te miro y me veo, que pasas y tiemblo, porque me mirás y sabes lo que estoy/estamos pensando, porque yo sé que hay mucho más, acá, en nuestro territorio que todo eso que alguna vez llamamos amor y que lo nombramos con un te amo que se desparramaba, inocentemente, al saludarnos o al dormirnos o a hora de la merienda.  ¿Cómo nos vamos a poder mirar a los ojos, otra vez, limpios de todo ese dolor, de todo ese sufrimiento, de toda esa vulnerabilidad que habitamos? Tal vez, dejando de tapar el sol con la mano, tal vez en los mates, en las palabras, nos acerquemos un poquito más hasta pegar nuestras manos y que se acuerden, que algún día andaban juntas para todos lados, viajaban, se enamoraban de otras personas, se divertían, bailaban y hasta se peleaban, pero sólo por jugar juntos.  Nuestras manos, yo sé que ellas, se van a acordar, guardan la memoria  de otros tiempos, nos fueron dadas para crear y hoy, vamos a tirar barro sobre nuestras cenizas para modelar otro renacimiento. Mientras, arranco con la boca tu manifiesto a la “deconstrucción” de la pared, me pliego en la cama, sola, como una miguita de pan y nos deseo una feliz muerte. 


Comentarios

Entradas populares