la vejez

 

“Viejos son los trapos”, decía mi abuela cuando yo le recordaba que era muy vieja, cada vez que delataba sus años. Desde el cuerpo y la mirada de un niña, que hace poco tiempo habita esta tierra, los años son como escalones pesados de una escalera infinita; pero los ojos se van llenando de agua y de arrugas y algo, que no podemos explicar en el interior se va transformando. Se vuelca hacia atrás. Comienza a revisar las vivencias pasadas, las emociones vividas, el primer beso fugaz e intenso bajo un árbol, la primer muerte de un amigo del barrio, arrasado por el peso del tren; el primer gol de media cancha, las noches de estudio para aprobar esa maldita materia y egresar del secundario, la primera comunión obligada, las giras con amigos y alcohol, las recorridas infinitas por lugares nuevos y extraños, las convivencias con personas que se convierten en familia, los hijos que se eligen y los que no, las despedidas, las noches de verano, los trabajos, todo se mira a contrapelo, la mente como un reloj retrogrado observa las imágenes de lo que el cuerpo vivió.





            ¿Y el cuerpo se enterò? El cuerpo ya con canas, tetas caídas, dentaduras renegridas, arrugas, piel que se debilita, se angustia frente al espejo sin poder ver que al espejo lo construyeron otros. Hay miles de cuerpos, que hoy, en este mismo instante, en diferentes lugares del mundo, con diferentes colores de piel, géneros, clases sociales, se miran en los espejos retrovisores de los autos, en los baños de las estaciones de servicio, en los reflejos de las vidrieras y se encuentran con eso que son formado por los gajos de lo que fueron. Y, a veces, logran hacernos sentir trapos de piso, utilizados en nuestra edad productiva para trabajar y consumir, para mas tarde, calmarnos con pastillas, inventarnos enfermedades y encerrarnos a todos juntos, sin permiso ni para coger.

            ¿Alguna persona envejeciendo en esta ciudad se encontrará, alguna vez, frente a un espejo y mirará del otro lado a un ancestro que le devuelva la mirada? ¿Alguna persona se permitirá, al menos una vez, sentirse capaz de amar, crecer, sentir, seguir habitando un cuerpo incapaz de dejar de testimoniar la vida en esta tierra? ¿Se acordarán que todos los seres, morimos en muchos momentos de nuestras vidas y volvemos a re-nacer? Me siento frente a mi abuela, escuchando atentamente sus historias vividas para volver a nacer cada vez que son contadas. La historia de la humanidad se mantiene gracias a estos cuerpos que la siguen contando y no podemos perdernos la oportunidad de escucharla.


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