la basura en los ojos

Seleccionó, dividió las partes, las encontró, las retacó, las embaucó, todo para juntarte. Te escuchó hasta el final de las palabras, aunque fueran cansadoras y aburridas. Estaba el demonio detrás de esos ojos y a ella le encantaba juguetearle, a ver hasta donde llegaba. Le encantaba jugarle a la escondida porque sabía que no la encontraba. Mi demonio te buscaba atravesado entre pampas de lujo y temor, era un rey en su casa y nadie quería moverlo, ni podía. Menos vos. Y el rojo, el rojo que lo cubría todo lo que tocabas. Ibas a la cocina, abrías la heladera y ¡tracate! Todo el piso manchado de un rojo furioso, como el amor, como la ira. Ponías la hamburguesa en la sartén, buscabas un plato en la alacena y ¡pumbate! Chorreabas rojo, tu pelo, tus hombros. Me dio miedo, quise volver atrás pero volteando mí espalda ya estaba toda la atmósfera impregnada de tu rojo, de tu odio, de tu pasión. Me miré las manos, el último suspiro humano de que esto no era un sueño… pero no pude tocarlas. Conclusión: Esto era un sueño. Entonces ¿por qué no te ibas en un nube roja y me dejabas en paz volar? Pero allí estabas, de espaldas a mis lamentos, cortando la lechuga con el cuchillo, sin creer en nada, sin confiar en el destino. “¿Cuántas hamburguesas comes?”, susurraste apenas y tus palabras, (sentí) salieron de tu boca, convirtiéndose en sopas de letras voladoras aunque rojas. “¡nena!”, ahora sí, te diste vuelta, el cuchillo, cómo quien no quiere la cosa, seguía en tu mano y ahora apuntaba hacia mi corazón. Volví a temblar, una marea roja se venía, subía por las raíces de mis pies, aumentaba de intensidad en las rodillas y pasaba por mi centro. Desde el centro te vi. El rojo se disipó. Volteaste la cara para mirar. Entró Violeta a la cocina.

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