antesalas de muertes

Antesala I

La muerte tiene unas maneras muy particulares de aparecer, ella es la gran señora, la gran maestra, la que nos recuerda que todos seguimos siendo parte de la naturaleza y que en ese vibrante y eterno circulo natural, todos nacemos, crecemos, nos desarrollamos, recorremos por todos nuestros poros y morimos, asi como llegamos, nos apagamos. Tal vez sea una forma de vivir, también. Todavía recuerdo los momentos previos a verle  la cara a la muerte. La primera vez tenia 12 años, mi mama manejaba, como nunca, apurada esquivando a los autos de Avenida Córdoba, la habían llamado del hospital. Esa mañana me dejó en el colegio sin saludarme. Hacía una semana mi abuelo estaba en terapia intensiva, había sufrido un ACV en la ducha, mientras se bañaba. Yo esa mañana, me había despertado a las 5 am, raro, para la escuela me tenia que levantar a las 6 am, pero esa mañana me desperté sola, a las 5, y 5 minutos después, también, se escucho a mi abuela golpear, desesperadamente, las puerta de metal de la casa donde vivíamos con mi mama. Al rato, unos médicos se llevaban a mi abuelo en la ambulancia y sus últimas palabras antes de salir a la casa fueron: ¿y, Camila, ya desayunó? Y yo había desayunado dolor por primera vez esa mañana. Me desayuné de lo que era sentir verdadero dolor, verdadero vacío. No ese dolor de que alguien te robe algún juguete o la que creíste que era tu mejor amiga te diga que ya no te quiere mas porque prefiere jugar con su vecina o que tu maestra te rete y te mande al rincón, dolor de verdad y para siempre. Dolor de muerte. Y el día de las corridas en el auto con mi mamá, el día que mi abuelo no me fue a buscar a la escuela,  el día que sólo hubo para comer sopa sin verduras, me encontró con mi papa en la cocina de su casa, con lágrimas en los ojos, intentándome explicar que mi abuelo se había muerto, que ya al final su corazón no pudo soportar tanto maltrato y decidio irse. Que llorara todo lo que quisiera, que era muy doloroso, que a el también le había pasado cuando se había muerto su abuelita y al otro dia me dejaron faltar a la escuela y todo, porque mi mama estaba devastada y devastada y todo, tenia que elegir un cajón y hacer todos los trámites legales del entierro, porque asi es la muerte en la sociedad. Papeles y dinero, y más papeles. Y ese dia, mi abuela empezó a envejecer y la gran casa de Villa Urquiza, empezó a perder su brillo, ya no estaba mas el héroe de mis cuentos, el que me defendía de todo, el que me llevaba a escondidas a la casa de mis amigas, ya no estaba el mejor de los abuelos que podía tener una niña, ya no estaba mas y no estaría mas. Era como cuando se había ido de viaje al Uruguay pero esta vez no regresaría nunca. Y así fue la primera vez que el vacío apareció en mi vida con cara de muerte. 



Antesala II 

La segunda, ya la conocía y dolio menos. Pero fue inesperada. Tenia 16 años. Un amigo no aparecía hacia varios días. El líder, le decían. Hoy cumpliría 28 años. Lo encontaron muerto en las vías del tren, no supieron nada mas de el y su madre lo quiso enterrar, sin biopsia, sin investigación, demasiado dolor le había causado que le arrancaran un hijo para también, investigar sobre sus causas, con saberlo muerto ya le bastaba y le sobraba. Nosotros eramos un montón, una procesión de chicos y chicas en el cementario de Lanús, otra vez, Lanus como escenario de la muerte en mi vida. Y  todos enterrando a un amigo, de nuestra misma edad, alguien que nadie iba a pensar que iba a morir jamas porque los jóvenes nos creemos siempre eternos, siempre hermosos y eternos, especialmente. La tercera vez, también, la muerte se llevo a mi otro abuelo. Toto, con el que siempre tuve una relación distante y serena pero de mucho dialogo. Hasta sus últimos días, se enojaba mucho conmigo por el estilo de vida que yo había elegido y luchaba por trasmitirme todo lo que pensaba aunque ya las fuerzas no le daban ni para pararse de la cama, literalmente. Un cáncer de sacro lo estaba matando. El dolor, el dolor infinito le corria por las piernas, por la columna y el alma y se estaba llevando su vida y la energía de mi abuela, guerrera infinita, infinita cuidadora de enfermos, también. 


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